By Claudia Romeo (Asociación de Escuelas Lincoln)
Bachelor en Ccia. Política y MA en Relaciones Internacionales de la Universidad del Salvador (USAL) en Buenos Aires, Claudia Romeo se desempeñó durante diez años como Docente Titular de la USAL en las las Cátedras de Historia Argentina (para alumnos de Intercambio Internacional) y Negociación Internacional. Actualmente ocupa el puesto de Head of Foreign Languages Department en la Asociación de Escuelas Lincoln. Es, asimismo, Profesora y Examinadora del Bachillerato Internacional (IB).
Resumen
En este texto se analizan los componentes de la interacción didáctica: docente, alumno y saber; el rol de la escuela y el docente en el proceso de aprendizaje, para luego ahondar en cuáles son las claves de una práctica docente eficaz. A partir de un análisis de los principales debates teóricos sobre la problemática, se cuestiona que constituye la “buena enseñanza; cómo este concepto y sus implicancias han evolucionado a lo largo de la historia y cuáles son los desafíos se plantean para lograr la meta de una enseñanza eficaz en el nuevo siglo.
Palabras clave: interacción, mediación, transmisión pedagógica, enfoques de la enseñanza, buena enseñanza.
¿Qué docente no se ha cuestionado alguna vez si sus prácticas de enseñanza son o no las mejores para transmitir un determinado contenido disciplinar a sus alumnos? O si las técnicas desplegadas por uno como docente serán suficientes para asegurar la apropiación de ese conocimiento por parte de nuestros alumnos. Debajo de estos cuestionamientos aparentemente simples, subyacen algunas preguntas clave: ¿Qué hace que la enseñanza sea eficaz? Y, más aún: ¿qué relación existe entre la enseñanza y el aprendizaje?
De acuerdo con Basabe y Cols (2007) la enseñanza es un fenómeno humano complejo, ya que presenta diversas aristas: institucional, social y política. Podemos decir que la enseñanza es una “ecuación” que cuenta con tres elementos: un sujeto que detenta un conocimiento, otro que carece de éste y un saber que es el contenido a ser transmitido. La interacción entre estos elementos da lugar a tres relaciones, de acuerdo con Saint Onge (1997), a saber:
relación de mediación: entre profesor y estudiante relación didáctica: entre el profesor y el contenido de la enseñanza relación de estudio: entre el estudiante y el contenido Asimismo, la enseñanza puede entenderse desde una perspectiva intencional, en la medida en que constituye un “intento de alguien de transmitir cierto contenido a otra persona” (Basabe y Cols 2007, p. 126).
Pero al no existir una correlación directa entre intención y resultados, no tenemos certeza de que ese contenido que queremos transmitir será efectivamente aprehendido por quien carece de él. Es decir que puede haber enseñanza y no necesariamente producirse un aprendizaje. Sin embargo, si bien no podemos establecer una relación causal entre enseñanza y aprendizaje, tampoco podemos negar que la enseñanza no podría concebirse como idea si no existiera la posibilidad del aprendizaje. (Fenstermacher, 1989, citado en Basabe y Cols, 2007). De esto se desprende que la enseñanza tiene una incidencia indirecta sobre el aprendizaje. Éste se produce más bien como consecuencia de las actividades emprendidas por quien aprende para apropiarse de los contenidos transmitidos por el docente.
Aun cuando no pueda sostenerse un vínculo causal directo entre enseñanza y aprendizaje, ésto no deslinda de ninguna manera al docente de la responsabilidad de transmitir un saber; sino todo lo contrario: nos pone frente a la compleja realidad que se oculta tras este proceso. En él podemos identificar dos mediaciones fundamentales: “…mediaciones entre las acciones del docente y los logros de los estudiantes: mediaciones de carácter cognitivo (resultantes de los procesos psicológicos mediante los cuales los estudiantes intentan la comprensión) y mediaciones sociales (derivadas de la estructura social del aula y las interacciones a través de las que se pone a disposición el conocimiento y se comparte) “ (Basabe y Cols, 2007 p. 128).
Con respecto a las mediaciones sociales, conviene destacar que los contenidos que el docente pone a disposición de los alumnos no han sido originados o creados por él, sino que son el producto de una compleja construcción socio-cultural. Siguiendo a Silvana Gvirtz, y Mariano Palamidessi (1998): “… El contenido es lo comunicado. Podemos decir –de manera esquemática– que si el docente es el emisor y los alumnos son los receptores de un proceso comunicacional, el contenido es el mensaje de la transmisión pedagógica. Pero en la comunicación que realiza la escuela, el creador del mensaje no es –en la mayor parte de las veces– el propio docente, sino alguien que no está presente en el momento de enseñar. Visto desde esta perspectiva, el docente sería un mensajero, es decir, el transmisor de un mensaje ajeno.” (p. 18)
Dicho todo esto, cabe preguntarse qué constituye una enseñanza eficaz. Una enseñanza será eficaz en tanto que logre ejercer una influencia sobre los alumnos; es decir, si logra cambiar a éstos en las direcciones deseadas por el docente. Para que ésto sea posible, hay que asegurarse que: existe una necesidad real de enseñanza, luego hay que especificar claramente los resultados u objetivos que se pretende alcanzar con la enseñanza; y, por último, habrá que verificar que se ha logrado el objetivo. (Mager, 1971, citado en Basabe y Cols, 2007).
Desde la perspectiva de María Davini (2008), para que la enseñanza sea eficaz, “se requiere del desarrollo de una diversidad de diseños integrales (incluyendo la generación de ambientes propicios para enseñar y aprender) y de métodos de enseñanza, como productos sistemáticos del conocimiento, la investigación, la experimentación y la experiencia”. (p.9)
O, desde un punto de vista más normativo, una “buena enseñanza” sería aquella cuyas acciones empleadas para la transmisión de un saber son éticamente justificables e inspiradoras de buenas acciones. De acuerdo con Fenstermacher y Soltis (1999 citado en Basabe y Cols, 2007), esto puede también derivarse de un ideal de “persona educada” que actúa como brújula del buen contenido y de las buenas formas de transmitirlo. Aquí subyace la base del Enfoque Liberador de la enseñanza, presentado por Fenstermacher y Soltis (1999). El mismo, está orientado hacia el cultivo académico e intenta brindar al estudiante una visión racional de la realidad, a través de las estructuras conceptuales ofrecidas por las diferentes disciplinas. Esta perspectiva tiene sus raíces filosóficas en el pensamiento griego, especialmente en las ideas de Platón. Para ella, una persona educada es aquella que trasciende las creencias, prejuicios y estereotipos de su época y es capaz de generar certezas a través del conocimiento proporcionado por las diferentes estructuras disciplinares.
Para el Enfoque Terapéutico (Fenstermacher y Soltis, 1999), la buena enseñanza sería aquella que guía al alumno a formarse como persona auténtica. Para este enfoque, el rol del docente sería el de actuar como “palo tutor” mientras el alumno recorre un camino de autodescubrimiento. Como podemos ver, este enfoque se centra en el desarrollo personal del sujeto. Está influenciado fundamentalmente por el pensamiento de Rousseau y Dewey, por los estudios de Piaget, y por la psicología humanista de Carl Rogers, entre otros. Plantea “…la necesidad de adecuar la educación a la naturaleza del desarrollo infantil y en la importancia de promover de manera activa el despliegue de las potencialidades propias de cada ser humano” (Basabe y Cols, 2007, p. 135).
Cabe preguntarse ahora cuál es el contexto en que éstas prácticas tienen lugar, sus componentes y quiénes son sus principales actores.
A partir del momento en que la humanidad pasó de ser un grupo de cazadores nómades para dominar la agricultura y constituirse en sociedades complejas, la enseñanza también evolucionó: dejó de ser una actividad humana desarrollada de forma intuitiva, con el único propósito de asegurar la supervivencia de las crías en un entorno hostil, y se convirtió en una práctica social institucionalizada, adscripta a metas definidas por el conjunto social. A partir de este momento, el ser humano tuvo que adaptarse a este medio cada vez más artificial; y para hacerlo tuvo que aprender a manejar herramientas tanto materiales como simbólicas (es decir, lo que llamamos cultura).
En este nuevo contexto, empezaron a perfilarse nuevos actores que pasarían a ser centrales para entender la educación. A medida que la sociedad se complejizaba y se especializaba, la enseñanza pasaba a ser un proceso sistemático y colectivo. La formación de los Estados Nación y la mecanización producto de la Revolución Industrial, generaron la necesidad de contar con un “dispositivo pedagógico hegemónico” (Basabe y Cols 2007, p. 133) que sirviera de formador de la mano de obra especializada que este nuevo entramado político-económico requería. Así aparece la Escuela como el escenario donde se preparaba al individuo para ser un engranaje productivo de esta maquinaria social. Con este momento histórico podemos asociar al Enfoque Ejecutivo de la enseñanza, siguiendo a Fenstermacher y Soltis (1999): éste se focaliza en la formación del ciudadano y del trabajador, centrando su preocupación en la transmisión de los conocimientos, normas y valores que la sociedad y el mercado de trabajo requieren para su auto-perpetuación.
En este nuevo escenario, la enseñanza no puede ser considerada una actividad neutral, sino que ha devenido en una actividad política, producto de una determinada construcción social. La escuela se constituye en el escenario donde se sistematiza y se colectiviza la enseñanza porque, entre otras cosas:
se enseña de modo descontextualizado; se segmenta el tiempo en ciclos (períodos, jornadas); se organiza la tarea pedagógica diferenciando los roles de docente y alumno; se estandarizan de los contenidos (determinados por una autoridad externa), y se certifica la posesión de ciertos saberes (evaluación y la acreditación)
Hemos recorrido hasta aquí muy sucintamente los principales componentes que hacen a la interacción didáctica, e indagado sobre cuáles son los componentes de una enseñanza eficaz y qué relación existe entre la enseñanza y el aprendizaje.
A partir de lo analizado hasta aquí, podemos concluir que la buena enseñanza requiere de múltiples habilidades por parte del docente: pericia técnica, imaginación artística, interacción y diálogo con el otro, deliberación y juicio conforme a valores. (Basabe y Cols, 2007)
Si bien no existe una relación causal entre enseñanza y aprendizaje, vemos que la enseñanza implica un intercambio el otro, el cual está basado en el diálogo y requiere de mutua comprensión y respeto, de capacidad de escucha, y de poner a prueba nuestras limitaciones y prejuicios para que ésta sea verdaderamente efectiva.
En palabras de Basabe y Cols (2007), enseñar es desempeñar un papel de mediador entre los estudiantes y determinados saberes. La mediación es una tarea de interacción en la que es importante la actitud del docente, ya que éste en cierto sentido amplía los saberes previos que el alumno recibió de su medio y trajo al aula.
Lo más maravilloso de la enseñanza, es que nos permite ser parte del proceso de formación de otra persona. Es una acción orientada hacia otros y realizada con el otro, al decir de Basabe y Cols (2007); y precisamente por eso, requiere de nosotros como docentes una gran responsabilidad, ya que debemos ser capaces de pensar, valorar, anticipar, imaginar y transmitir al otro un acervo cultural en el que están inmersas también nuestras propias valoraciones personales.
A través del complejo proceso de la enseñanza re-construimos nuestra realidad, re-interpretamos el mundo que nos rodea, nos auto-descubrimos y nos construimos como sujetos en el mundo. Por lo tanto, podemos afirmar con Basabe y Cols (2007) que “… la enseñanza no sólo tiene consecuencias sobre la vida de las personas, sino también sobre el devenir de las sociedades y el destino de las naciones. la enseñanza contribuye a formar un tipo de hombre y un tipo de sociedad”
Finalmente, siguiendo a Edgar Morin (1994), vemos que en este nuevo siglo, el fenómeno de la globalización ha hecho que las dinámicas socio-culturales, económicas, tecnológicas y políticas se aceleren de una manera sin precedentes, exigiendo del docente nuevas aptitudes de comprensión, más globales, más integradoras, para poder enfrentar de manera eficiente y sostenible los nuevos retos que se nos plantean en nuestra profesión. Queda en nosotros afrontar este nuevo panorama, buscando mejorar de manera constante nuestra práctica profesional para dar a las nuevas generaciones las herramientas más apropiadas para resignificar su mundo. Bibliografía
Basabe, L. y Cols, E. (2007): “La enseñanza”. En Camilloni, Alicia y otras. El Saber Didáctico, Buenos Aires, Paidós.
Davini, María Cristina (2008): “Formación de profesores y didáctica: tendiendo puentes hacia el desarrollo profesional y de la enseñanza”. En Revista de Educación. Vol. 34 (1) enero/abril.
Fenstermacher, G. y Soltis, J. (2004). Approaches to Teaching. New York, Teachers Colleges Press.
Fenstermacher, G. (1989): “Tres aspectos de la filosofía de la investigación sobre la enseñanza”. En La Investigación de la Enseñanza I. Barcelona, Paidós.
Gvirtz, S. y Palamidessi, M. (1998). “La construcción social del contenido a enseñar”. En El ABC de la Tarea Docente: currículo y enseñanza. Buenos Aires, Aiqué. Cap. 1
Morin, E. (1990): Introducción al Pensamiento Complejo. Barcelona, Gedisa.
Saint Onge, M. (1997): Yo Explico, pero ellos…¿aprenden? Bilbao, Ediciones Mensajero.